Los teólogos progresistas y la visión tradicional del infierno Andrés Torres Queiruga: "Dios no puede meter a uno de sus hijos en un horno"

El teólogo Andrés Torres Queiruga, rehabilitado
El teólogo Andrés Torres Queiruga, rehabilitado Settimana News

En tiempos en que muchas conciencias siguen marcadas por el miedo, la culpa o una imagen punitiva de Dios, la figura de Andrés Torres Queiruga se alza como una voz profética y liberadora, profundamente enraizada en el Evangelio. Su teología no es una ruptura con la fe, sino una vuelta a su centro más genuino: el Dios de Jesús, que es Padre, Madre, y Amor incondicional

"Para Torres Queiruga, el concepto de infierno entendido como un lugar de castigo eterno e irreversible contradice el núcleo del mensaje cristiano"

(Ataque al poder).- En el pensamiento teológico contemporáneo, una de las cuestiones más debatidas y desafiadas por los teólogos progresistas es la noción tradicional del infierno como castigo eterno. Dentro de esta corriente, Andrés Torres Queiruga, uno de los teólogos más influyentes del ámbito hispano, sostiene una postura que rompe con siglos de doctrina clásica: Dios no puede condenar eternamente a ninguno de sus hijos. Esta afirmación no es simplemente un deseo emocional o una intuición moral; se basa en una profunda reflexión sobre la naturaleza de Dios como Amor incondicional.

Torres Queiruga relata una anécdota que ilustra su convicción de forma conmovedora y accesible. En una ocasión, una monja le dijo a una de sus alumnas que si se portaba mal, Dios la iba a llevar al infierno. Ante esto, Torres Queiruga le preguntó a la religiosa:

—¿A ti te parece que tu madre te puede meter en un horno y quemarte viva?
—¡Mi madre no! —respondió ella, escandalizada.
—Entonces, Dios tampoco puede hacerlo, porque Dios es mucho más madre que tu madre.

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"Para Torres Queiruga, el concepto de infierno entendido como un lugar de castigo eterno e irreversible contradice el núcleo del mensaje cristiano"

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Este ejemplo, que puede parecer infantil o ingenuo, encierra una profunda verdad teológica: si nosotros, seres humanos imperfectos, no condenaríamos eternamente a un ser amado, ¿cómo pensar que un Dios perfectamente bueno y amoroso lo haría?

Para Torres Queiruga, el concepto de infierno entendido como un lugar de castigo eterno e irreversible contradice el núcleo del mensaje cristiano: la salvación universal y la misericordia divina. En su obra y pensamiento, el teólogo gallego insiste en que no se puede sostener una imagen de Dios que actúe peor que el peor de los hombres. La doctrina del infierno eterno, tal como ha sido enseñada durante siglos, parte más del miedo que del Evangelio, más de una visión autoritaria de Dios que de un Dios que “no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 18,23).

En esta línea también se sitúan otros teólogos progresistas como Xavier Pikaza, quien ha señalado que el infierno “es un mito religioso que ha servido durante siglos para mantener el orden social y eclesiástico a base de miedo”. Para Pikaza, el infierno no es una realidad creada por Dios, sino una posibilidad humana de cerrar el corazón al amor. Pero incluso así, Dios nunca dejaría de ofrecer la salvación.

En vez de entender el infierno como un lugar físico con fuego real y tormentos eternos, muchos teólogos liberales contemporáneos lo interpretan como una metáfora del alejamiento voluntario de Dios. Desde esta perspectiva, el infierno no sería un castigo impuesto desde fuera, sino una condición que el ser humano puede experimentar cuando rechaza el bien, el amor y la verdad. Pero incluso en este caso, la posibilidad de redención nunca desaparece. El infierno, según esta teología más abierta, no es eterno porque el amor de Dios tampoco se agota. Como escribe el teólogo suizo Hans Urs von Balthasar, cercano en este punto a los progresistas aunque no estrictamente uno de ellos: “Se puede esperar razonablemente que el infierno esté vacío”. Esta esperanza se basa no en una visión ingenua de la humanidad, sino en una comprensión radical de la gracia de Dios como universal, perseverante y redentora.

En el plano más técnico, los teólogos progresistas insisten en que muchas expresiones bíblicas sobre el infierno —como “el fuego eterno” o “el gusano que no muere”— deben ser entendidas en su contexto apocalíptico y literario, no como descripciones literales del más allá. La exégesis moderna, apoyada en la crítica histórica y literaria, subraya que estas imágenes eran comunes en la literatura judía del Segundo Templo y tenían un carácter exhortativo, no dogmático.

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"Las descripciones del infierno responden más a la pedagogía religiosa del tiempo que a una realidad teológica definitiva"

Torres Queiruga aplica aquí una hermenéutica coherente con su visión de la revelación: Dios no impone doctrinas acabadas, sino que se manifiesta en la historia, a través de símbolos, metáforas y procesos humanos. En este marco, las descripciones del infierno responden más a la pedagogía religiosa del tiempo que a una realidad teológica definitiva.

Los defensores de la existencia del infierno eterno suelen citar pasajes del Evangelio donde Jesús habla del “fuego que no se apaga” o del “llanto y rechinar de dientes”. Sin embargo, Torres Queiruga y otros teólogos progresistas recuerdan que estos pasajes deben leerse en clave simbólica y escatológica, no literalista. Jesús hablaba en parábolas, en imágenes impactantes, no para describir una geografía del más allá, sino para urgir una conversión del corazón en el presente.

Además, si se toma en serio la afirmación “Dios es Amor” (1 Jn 4,8), todo el mensaje cristiano cambia de eje. Ya no se trata de obedecer por temor al castigo, sino de vivir abiertos al Amor, confiando en que ese Amor es más fuerte que el pecado, más fuerte que la muerte, y ciertamente más fuerte que cualquier infierno.

La teología del infierno eterno ha marcado durante siglos la imaginación cristiana, produciendo culpa, angustia y miedo. Hoy, muchos creyentes —inspirados por voces como las de Torres Queiruga, Pikaza, Balthasar, y tantos otros— están redescubriendo una imagen más evangélica de Dios, que no castiga eternamente, sino que espera eternamente.

En palabras del propio Torres Queiruga: “Si el infierno fuera eterno, el perdón de Dios sería limitado, y entonces no sería Dios. Porque el amor no puede tener límite, y Dios es amor”.

El teólogo italo-alemán Romano Guardini, desde una sensibilidad distinta pero compatible, también reconocía que el infierno no puede ser pensado como un simple castigo externo, sino como la consecuencia última de un rechazo libre y personal. Para él, el drama del infierno no es la condena, sino la negación del encuentro con Dios, fruto de una libertad mal usada. Sin embargo, incluso en ese extremo, Guardini conserva la esperanza de que el misterio de la gracia pueda, en algún modo, alcanzar incluso al alma más endurecida, pues Dios no se cansa nunca de llamar.

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En tiempos en que muchas conciencias siguen marcadas por el miedo, la culpa o una imagen punitiva de Dios, la figura de Andrés Torres Queiruga se alza como una voz profética y liberadora, profundamente enraizada en el Evangelio. Su teología no es una ruptura con la fe, sino una vuelta a su centro más genuino: el Dios de Jesús, que es Padre, Madre, y Amor incondicional.

"Si el infierno fuera eterno, el perdón de Dios sería limitado, y entonces no sería Dios. Porque el amor no puede tener límite, y Dios es amor"

Con una inteligencia luminosa, una valentía poco común y una fe radicalmente esperanzada, Torres Queiruga ha sabido traducir la tradición cristiana a las claves del mundo contemporáneo sin renunciar a la profundidad ni al rigor. Donde otros ven condena, él propone esperanza. Donde otros levantan infiernos, él dibuja horizontes de redención. Gracias a su pensamiento, muchos creyentes han recuperado la fe en un Dios verdaderamente digno de ser amado, no temido. Un Dios que no quema a sus hijos, sino que los abraza hasta el último aliento.

Por eso, su teología no solo debe ser leída: debe ser agradecida. Porque, como toda auténtica profecía, no grita desde la ideología, sino desde el amor. Y eso —en estos tiempos de tanta oscuridad religiosa— es ya una forma luminosa de salvación.

Andrés Torres Queiruga
Andrés Torres Queiruga RD/Captura

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