He estado en Ucrania 35 veces desde que empezó la guerra. He visto con mis propios ojos el horror, el dolor, la destrucción. He acompañado a niños huérfanos, a madres desesperadas, a heridos abandonados bajo las bombas. He recorrido caminos destrozados, he cruzado fronteras con ambulancias llenas de esperanza y he abrazado a quienes ya no tienen nada.
Hoy escribo esta nota porque ya no hay palabras suaves que sirvan. Lo que está pasando en Ucrania es un genocidio. Están masacrando a la población civil con una crueldad sistemática y planificada. Hospitales, escuelas, viviendas, mercados… todo está siendo reducido a escombros. Y el mundo guarda silencio.
Consigue el libro despedida al papa Francisco
Los corredores humanitarios que coordinamos desde la Fundación del Convento de Santa Clara se sostienen con voluntariado, con fe y con solidaridad, pero los recursos se agotan. Y cuando faltan recursos, se cortan las rutas de vida.
Por eso hoy pido ayuda al mundo.
Necesitamos con urgencia:
• Vehículos todoterreno y ambulancias para llegar donde nadie llega.
• Apoyo económico para mantener los corredores abiertos.
• Y sobre todo: conciencia, compromiso y coraje colectivo.
No basta con mirar. No basta con conmoverse. Hay que actuar. La guerra no ha terminado, solo ha dejado de ser noticia. Pero el sufrimiento no cesa.
Hoy, con el corazón desgarrado pero lleno de esperanza, les pido que no nos dejen solos. Que no abandonen a Ucrania. Porque lo que está en juego es la vida de miles de personas inocentes.